Y mientras en el plano internacional prosigue el holocausto contra el pueblo palestino y la OTAN perpetua su intento de expansión contra Rusia, los denominados partidos de izquierda ya no logran mejorar las condiciones de vida de la mayorías populares, al menos en la Europa occidental. Las agendas de las diversas fuerzas izquierdistas se pierden en debates estériles y se distancian de los intereses de la clase trabajadora. Desgraciadamente, hoy en día, mucha gente asocia la izquierda con políticas de identidad de género y de paternalismo, siendo percibida por muchos como arrogante, moralista y engreída. Y lo peor de esta situación es que la clase trabajadora que quiere expresar su descontento contra la política dominante no está optando por los partidos que en teoría debieran defenderla, sino que bascula a la derecha y a la extrema derecha. La izquierda, en lugar de preguntarse por las razones de semejante desplazamiento por parte de la clase, suele dedicarse a insultarla, descalificarla o en el peor de los casos a llamarla fascista, ejemplos prácticos los hemos vivido en distintos pueblos.
Toda esta confusión va en aumento a medida que la civilización actual, al menos la occidental, penetra en una fase de contradicción fundamental entre sus posibilidades económico-políticas y los objetivos estratégicos civilizatorios. En este sentido y mirando hacia el pasado más próximo, la democracia burguesa, que antes aseguraba la inclusión masiva de la población agraria de Occidente en la sociedad industrial y la fase inicial de la sociedad pos-industrial, hoy se convierte en inútil como instrumento de desarrollo para perpetuar la acumulación capitalista y, en consecuencia, es desechada por anticuada, cuestión que ya está ocurriendo ante nuestros propios ojos. La humanidad se encuentra ante la perspectiva de la inevitable implantación planetaria de las grandes corporaciones materializado en forma de imperio global y es aquí donde surge la pregunta que hace tiempo ronda en el pensamiento de nuestra clase trabajadora. Una pregunta que no acaba de ser respondida y refleja el desconcierto social respecto a qué es lo que se entiende por izquierda en términos políticos actuales.
Pero…¿cómo hemos llegado a esta situación? En muchos de nuestros pueblos y ciudades nos encontramos entornos de población que tienden a ver sus ideas, estilos de vida y hábitos de consumo como virtudes morales, verdades incuestionables… progresismo acomodado que vive cada vez más en una burbuja sin conexión con otras realidades y no se comprende que determinadas posiciones políticas no garantizan la igualdad de derechos y oportunidades, sino que dividen a la sociedad a través de políticas clientelistas para minorías seleccionadas generando contradicciones sociales que en determinados puntos de roce pueden derivar en antagonismos de difícil solución. En lugar de plantear debates objetivos sobre la solución de los acuciantes problemas sociales que impone la Globalización, potencian las prohibiciones del pensamiento y del lenguaje e impulsan una moralización que reemplaza al razonamiento, fomentando así un sectarismo recalcitrante, y lo que es peor, reaccionario. Términos que tradicionalmente se asociaban con la izquierda, como cambio, reforma o revolución, ya no van acordes con la esperanza de una sociedad mejor, sino que se perciben como una amenaza contra la comunidad. Etnicismos, dogmatismos religiosos… cuestiones superadas con mucho sufrimiento por nuestro pueblo, vuelven a un primer plano de la escena social bajo el manto protector del supuesto antirracismo y antifascismo que comparte objetivos con las grandes corporaciones del capital.
Esta Globalización nos está destruyendo y ante toda esta situación nos rebelamos,. Por un lado, queremos volver a recoger la lucha contra el neoliberalismo, el deseo de Soberanía nacional, seguridad, estabilidad y justicia social de muchas trabajadores y trabajadoras, que son en realidad las tradicionales reivindicaciones de la izquierda, por otro, luchar por salir del entramado OTANista y apoyar el desarrollo de los BRICS. Esta y no otra, será la mejor forma de llevar a cabo la lucha en el plano político contra el infantilismo de izquierdas (ese idealismo dogmático que tiene concepciones poco realistas del cambio y el desarrollo) y la ultraderecha, a la que ya tenemos en puertas, asomando por el agujero del que nunca debió salir y que prepara el camino para el endurecimiento de la represión de nuestro pueblo y la regresión de las conquistas de los trabajadores y trabajadoras que tanta sangre costaron conseguir.
